El 3 de marzo se celebra el día de las niñas
en Japón. Esta historia está escrita hace unos años tras contemplas una bella
escena en un tren. Espero que les agrade.
MUÑECA
El invierno entraba en su recta final. En
la ciudad de las maravillas el invierno había sido normal en cuanto a
temperaturas se refería. Días fríos, días cálidos. Una mescolanza que a veces
hacía daño al cuerpo.
Aquel año, en casi dos meses, no
recordaba la presencia ni de la lluvia ni de la nieve, cuando otros años no
había sido extraño que la nieve dejara atascado el tren y los caminos durante
minutos u horas.
Sentía la necesidad de lluvia o nieve.
Sería como limpiar el celaje de la mente al tiempo que el aire se purificaría.
Pero ya los atisbos de la primavera se percibían por todas partes.
Días antes que las flores del ciruelo
hubieran dado los primeros repuntes, el rosado color de las ropas juveniles,
arropadas con medios abrigos blancos,
habían hecho acto de presencia en las calles.
Bufanda rosada, bolso rosado, medias rosadas,
mejillas rosadas. Impoluto blanco del abrigo queriendo imitar el albor del
armiño o de la marta cibelina.
Hacía frío, gélido viento del norte y
del oeste, bañado en su color leche polar, ahogando los coches y los techos.
En la gran ciudad sólo la piel sentía
los efectos. Hacía frío, algún día
incluso calor, resultando excesivo algún que otro trapo.
Las muchachas en flor despedían a veces
un perfume que hacía competencia al perfumado ambiente del ciruelo, del
melocotonero, del cerezo y acólitos a punto de reventar. Pero en ocasiones
diera la impresión de que se habían derramado encima el tarro de las esencias
resultando lo que en principio era agradable de un repugnante subido para el
olfato.
El mercado, los almacenes, las
estaciones, decorados pósteres con flores arborísticas y humanas, invitaban a
la fiesta, al viaje, a tomar parte en la gran diversión del día de las niñas.
Ese día, curiosamente, no era fiesta
nacional, en contraste con el día de los muchachos que sí lo era. ¿Tenía
aquello algún significado especial? Decidió dejarlo así por el momento.
¿Qué significaba el día de las niñas, el
día de las muñecas? La información abundaba como abundan los periódicos o el
cáncer o los problemas sociales. Había
mil explicaciones y no había ninguna. Periódicos, revistas generales....
Recurrió a toda la información posible.
Información general sin complicaciones de explicaciones especializadas.
Parecía que todo aquello procedía de la
antigua China, madre de todas las asias, Roma, madre de todas las europas. La
antigua China, con todas sus razones históricas, había instaurado a principios
de marzo la fabricación de pequeñas muñecas a las que las personas transmitían
sus dolores, sus enfermedades, sus culpabilidades. Se las dejaba marchar por el
río, pelillos a la mar, para que se perdieran en el olvido de los tiempos. El
objeto, el animal sacrificado cargando con todas las culpas. Cristo lavando con
su muerte el fondo cenagoso del alma humana. Y volver a nacer.
Del gran país del centro había pasado a
la periferia. Y en la periferia lo aceptaron con los mismos matices y otros
nuevos que se le fueron agregando con el paso del tiempo.
En las distintas regiones, en distintas
épocas, se seguían colocando las figuras en la corriente del río, limpiador,
agua purificadora del cuerpo y del alma.
Y especialmente se adoptó para pedir por
la salud y buena crianza de las damiselas.
Como en toda época y lugar, el consenso
social sobre quién es importante o famoso influye hasta en el juego infantil. Y
se ornamentaron las casas con las muñecas que representan el orden jerárquico
imperial, o sólo con la parejita. Orden de siete escalones. Arriba, aunque
oficialmente no se le de el nombre, queda claro que eran los emperadores.
Descendiendo hasta los trebejos que en la corte se usaban.
Cada punto un detalle, cada detalle un
símbolo. Hasta llegar a tiempos más cercanos en que las figuras tomaban la
forma de personajes del mundo del espectáculo, de la farándula, del cómics....
Las figuritas seguían siendo pequeñas,
evolucionando sin prisa pero sin pausa, al ritmo de los cambios sociales, de
los cambios económicos. En el momento actual participaba todo el mundo, o en
casa y su decoración o comprando algo, porque es.....
Una tarde montó al tren. Era una tarde
plácida. El vagón iba casi vacío. Frente por frente un señor de edad
respetable. Leía un libro, concentrado. Su cara era la del abuelo apacible que
vive sin demasiados problemas y con un alto grado de felicidad.
En una estación, el vagón iba
llenándose, subieron una señora y su niñita. La madre con un traje corte
occidental, elegante, negro y chaqueta blanca. El pelo largo y lacio. Perfíl de
esfinge. Bella, elegantemente maquillada. Todo armónico y sin exageración. La
niña iba cogida de su mano.
Se sentó la señora, a su lado la niña,
al lado del señor. Le echó una mirada al señor, que se la devolvió con una
sonrisa. Una sonrisa de ángel recién llegado de las alturas.
- Hola, bonita.
- Hola.
- ¿Cómo te llamas?
- Momoko.
- ¿Cuántos años tienes?
- Tengo cuatro-, y abría la mano
enseñando cuatro dedos.
- ¡Momoko! No molestes al señor-, dijo
la madre con dulzura.
- No, no es una molestia. Me recuerda a
una nieta que vive muy lejos. ¿Y a dónde vas?
- Mi mamá y yo vamos a comprar una
muñeca “Hina”.
- ¿Sí? ¡Qué lindo!
- Mira, mira. Este kimono también de
“Hina”.
- ¡Qué bonito!
El observador se fijó en el kimono de la
niña. Recordaba haber visto kimonos de color rosado, casi rojos, vestidos por
niñas de la misma edad. Le llamó la atención. Era un kimono color añil,
maravillosamente tejido, cercado por un cinturón-obi color melocotón con un
cierto grado de plisamiento y un cinturón-cíngulo de colores trenzados rojo y
cerezo como los caramelos de dos colores que se estilan en las ferias. La niña
llevaba de fondo una camisola que sobresalía por el cuellito de la parte
superior del kimono. De color blanco rosado. Era perfecto. La mamá llevaba en
la mano una especie de chal a juego con el vestido de la niña. Se lo pondría
cuando tuviera frío.
Al abuelete también debió parecerle que
no era el color normal para niñas de esa edad.
- Es muy bonito, pero muy especial.
- Sí, en realidad era un kimono de su
abuela cuando era jovencita. Se lo regaló
y se lo adaptamos para ella-, explicó la madre.
- Oye, ¿y esta decoración tan bonita?
¿Quién es esta pareja?
- Esta “Hina” es mi mamá, y ésta mi
papá-, respondió la niña con desparpajo.
- Ah, sí. ¿Y tu papá es el emperador?
- Sí, y se llama Momotaro. Y mi mamá es
la reina y se llama Momoe.
- Por eso tú te llamas Momoko.
- Así es-. Rieron los tres. El
observador esbozó una sonrisa. La cara
de la niña era un melocotón fresco, reluciente, como para comérselo.
- ¡Discúlpela!-, se excusaba la madre.
- No, si es muy simpática. Oye,
Momo-chan. ¿Y este perrito como se
llama?-, señalaba el abuelo un dibujo en el vestido de la niña.
- Este perrito de llama “Coma”.
- ¿Y tú no estás en el vestido?
- Sí, mira: aquí, aquí y aquí....
- Pero si esto son flores de
melocotón...
- Por eso, esas flores soy yo. Me llamo
Momoko.
La carcajada fue fenomenal. Era un
placer escuchar a aquella criatura. Heredado y adaptado el kimono de la abuela,
la madre le había hecho un peinado con
el pelo recogido en dos trenzas, lo que le dejaba la carita, fina, elegante
como porcelana todo al descubierto.
Las trenzas se recogían en la parte
trasera de la cabeza y las decoraba haciendo una especie de moño en el que se
incrustraba una peineta y unas flores de ciruelo mezcladas con alguna de
melocotón.
Unas notas de maquillaje en los ojos
realzaba la belleza de la criatura.
De haber sido ya una mujer, su rostro
estaría maquillado en rosa, dándole un aire juvenil, pero la niña no lo
necesitaba. El tornasolado de sus
mofletes era más que suficiente.
Al observador estuvo a punto de caérsele
una lágrima. Aunque el señor mayor no era el abuelo, la estampa parecía la de
una familia: abuelo, hija y nieta, que sale plácidamente a hacer unas compras
para la pequeña deseando que crezca saludable y sin complejos.
El observador seguía con su pregunta en
la cabeza. ¿Por qué el día de los niños era fiesta nacional y el de las niñas
no?
Algún día obtendría la respuesta. En ese
momento se conformaba con observar tan tierno panorama.
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