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martes, 12 de agosto de 2014

Relatos Breves

RELATOS BREVES



EL PELO

        Le acariciaba el cabello como se acaricia la suave, escurridiza, melocotónica piel de un niño de pocos meses. El perfume de manzana de su cabeza le embriagaba los sentidos. Se le iba colando por los poros como el humo, el olor a gasolina, a muerte próxima se acerca a las aletas de la nariz. Era la melancolía derramándosele por los poros.
       Veía su infancia, su volada juventud robada por los quehaceres. Demasiado ocupado. Era como si ni un momento de tranquilidad se hubiera adueñado nunca de él. Tal vez era esa insatisfacción profunda lo que le desazonaba el alma.
        Era ese uno de los pocos momentos que sentía dignos de ser recordados. Era la suavidad de su pelo, de las que infunden el maravilloso deseo del Amor, de las que infunden ganas de ponerlo todo en el asador sin exigir absolutamente nada.
        Definitivamente, acariciando su pelo, se sentía feliz.



CALIDO AMANECER

Aupada sobre la punta de los pies, trataba de coger un libro de la estantería. Su amado se acercó por detrás, la tomó de la cintura y con un ímpetu como de viento la alzó a la altura que ella deseaba.
                 
Tomó el libro en sus manos y, en silencio, como se había desarrollado todo el instante, ella no se había sorprendido en absoluto, la volvió a depositar en el suelo, como una pluma, un papel, un suspiro, tierna, suavemente.
                 
Se volvió hacia él. Lanzó sus brazos al cuello y lo besó con la ternura que un niño deposita en la mejilla de su madre un beso cariñoso, que una leona lame a sus cahorros.
                 
Eran sus ojos un chorro de luz amorosa que provenía de lo más profundo del alma.
                 
Ella le dio las gracias y él le acarició la barbilla. El le lanzó un beso en un mohín de niño travieso y se fue hacia el sillón en que preparaba su trabajo diario.
                 
Ella, en otro sillón, se sentó, abrió el libro, comenzó a leer y se fundió en amor con la lectura. El héroe de la novela lo tenía delante de sí. La felicidad le rebosaba por las costuras del alma.
                 
La tarde era fría, hacía viento, llovía, pero en la habitación, con la suave respiración del sentimiento, todo era cálido y tierno.
                 
Despertaron, se miraron y comprendieron que habían tenido el mismo sueño.
                 
Era un cálido amanecer para un nuevo día que comenzaba.



FELICIDAD

                  Iban a dar las doce de la noche. Finalizaba un día y comenzaba otro. Era una hora mágica y misteriosa. Una especie de magnetismo afloraba con la hora en la habitación. Era un renacer, un florecer, hasta tal punto que era en ese momento cuando todo el cansancio acumulado, que ni siquiera un buen baño había podido hacer desaparecer, se esfumaba como por ensalmo.
                  Los ojos bailaban llenos de alegría, el corazón se aceleraba como si se fuera a producir un encuentro amoroso. La mente, dormida hasta ese momento, despertaba, ruidosa y con ganas de hacer algo. Era la hora bruja, la hora de los grandes acontecimientos, la hora en la que se quisiera uno entregar hasta deshacerse en amor....
                  Habían pasado las doce de la noche y Cenicienta seguía siendo Cenicienta, y el sapo no se había convertido en Príncipe, ni los malos estaban entre rejas, ni el mundo era completamente feliz.
                  Pero no importaba. Se volvería a repetir la historia hasta que la última se convirtiera en realidad. El reloj seguía su camino y el sueño empezaba a abrumar los párpados.
                  Se encontraron uno frente a otro, hombre y mujer, plenos, hermosos. Se miraron al fondo de los ojos y alzaron la tristeza que encerraban  desde hacía siglos.
                  Se fueron despojando de las veladuras del alma hasta quedarse en pleno corazón enardecido.
                  Dos fuegos, dos imanes que se atraen, en silencio, sin palabrería inútil. Fueron enlazándose como la hiedra al árbol, como la lluvia a la tierra, como el amor al amor.
                  Al final no era ni blanco ni negro. Eran dos y eran uno. El resultado para el mundo era el amor que daba sus frutos.
                  La aurora empezó a desperezarse y sonó el asesino de los sueños. No era el grande, era el diminuto teléfono móvil, despertador, cartera con fotos, agenda y cámara fotográfica.

                  - ¿Sí?
                  - Hola, mi amor.
                  - Hola, mi cielo.
                  - He soñado contigo.
                  - Yo también.
                  - Tú eras moreno como el café sólo.
                  - Y tú blanca como la leche pura.
                  - Sí, fundidos y enlazados.
                  - El aromático sabor de la mañana frunció nuestra nariz.
                  - La delicia hecha paladar.
                  - El amor hecho vida.
                  - ¿Qué tienes que hacer hoy?
                  - Amarte por sobre la vida y la muerte.
                  - Te espero en las enredaderas de mi jardín.
                  - Espérame que voy de vuelo.

        Un perfume a rosas y jazmines inundó la brisa del amanecer. El mundo, por la mañana, tenía cara de felicidad.

sábado, 2 de agosto de 2014

El Movil o el asesinato del timpano

EL MÓVIL O EL ASESINATO DEL TÍMPANO.....
 
         Durante mucho tiempo me he negado a usar teléfono móvil, celular, ketai o como quiera que se llame en los distintos distritos del mundo mundial.
        Hubo un tiempo, la edad de piedra del artefacto, en el que te lo regalaban. Ahora parece que en algunos lugares también. Pero, claro, después venía San Pedro con la rebaja. La factura no bajaba de unos miles de pavos gastados en unas comunicaciones no siempre útiles. No hacer caso de las dulces palabras que se dicen en lugares poco iluminados, dice el dicho.
        Era curioso, aquellas personas que están a la última, aquellas personas que sólo ven la última moda como el oxígeno que da la vida, lo trataban a uno como un troglodita irredento.
        - Dáme tu dirección de e-mail.
        - No tengo.
        - ¿Cómo?
        Uno no se siente tacaño, pero no quiere tirar alegremente ese preciado fruto dineril que tantas horas de sueño ha costado. Además, el menda no quiere echarle la culpa al Gobierno de turno de la falta de erario.
        Imagino que haber crecido en una tierra en la que las cigarras se llaman chicharras porque el sol achicharra cuando ellas cantan, hace que se tenga cierta aversión a las chicharras de la moda. ¿Lo necesito? ¿No? Pues entonces se acabó lo que se daba. ¿Sí? Pues vamos a pensar precios y calidades. A veces un descalabro económico nacional es bueno para bajar los humos.
        - Tenga usted, es gratuito.
        - No lo necesito.
        - Pero es que es gratuito.
        - ¿Y qué si no lo necesito?


        Y te miraban con cara de estar viendo al ser más extraño existente sobre la superficie de la Tierra.
        El tiempo fue imponiendo el aparatito y los intentos de prohibir su uso en determinados lugares y condiciones.
        ¡Que si quieres arroz, Catalina! Si Dios tuviera móvil tampoco haría caso.  
     Yo no sé si hay una relación de causa efecto entre la expansión del móvil y la desaparición de ese antidiluviano objeto llamado libro. Lo cierto es que cada vez se ven menos mamotretos en las manos de los viajeros . Todo, hasta la compra, cabe en el móvil. Eso sí, no desaparecen los periódicos despelotados para recreación de la vista de quien no quiere ver curiosidades íntimas en público. ¡La vida!
        Observando bien, se ven aumentar las Monas Lisas en una proporción que llega a la inundación. Ojos que se centran en el ¿cuarzo? del aparatito, ojos intrigados, soñolientos, que se conectan con los labios en una conjunción no se sabe si de felicidad o de locura escondida a punto de estallar.
        Hay actos nerviosos, continuados con las manos. No se dedica el público a pensar. En un instante sace el aparato. La pantalla se enciende la tira de veces y después se apaga y se vuelve a meter en el bolso, en el bolsillo de la chaqueta o en el bolsillo trasero de las damiselas que, hipócritas ellas, quieren que las miren y las toquen. (Vade retro Satanás, igualdad de derechos y demás pendejadas de los tiempos)
        En fin , la locura nacional. Pero hete aquí que los tiempos cambian y te pone la vida en un brete. Macho, que si quieres llamar al trabajo porque al tren se le ha pinchado una rueda, a casa por si hace falta algo para la cena que la parienta o los crios se han olvidado, al amigo o a la amiga para saber cuando os podeis ver para el parloteo, la cerveza o el pitorreo, no se encuentra un teléfono en chiquicientos kms. a la redonda.
        Los tiempos cambian, ¿o te los cambian? La necesidad se impone y uno acaba sucumbiendo a los dulces encantos de sirena de un aparatito excepcional que te va a solucionar todo menos que te aumenten el sueldo o te toque un buen montón en la lotería.
        Una sangría más en la economía familiar. A eso, los finos, le llaman progreso, otros despilfarro capitalino, capitalista o Dios en vinagre.
        Pues eso, móvil al canto con todos los descuentos, implementos, suplementos, aplementos y demás leñes y leñas habidas y por haber. Y ahora a aprenderrrrr.
       Como, en principio, sólo lo piensa uno usar para lo más básico... Telefonito, emilito, fotito, carajito...
        Y llega el gran descubrimiento. ¿O habría que decir re--- descubrimiento, de Renacimiento de la ciutatis?
        - ¿Diga?
        - Hola, hermosa, ¿qué tal?
        - ¿Cómo? No te oigo bien, habla más alto.
        - No soy yo, es el Pachinko que se acaba de abrir.
        -¿Qué dices?
        - Ah, por fin. Digo que.... ¡Dios! ¡La moto!
        - ¿Qué pasa?
        - Nada, una bestia en moto de 500 cc. chillando a toda pastilla.
        - ¿Dónde? Ah, sí, espera. ¿Y ahora?
        -¿Dónde estás? Parece una caverna.
        -¿Retumba? Como una tumba vacía...
        - Bueno, que te vuelvo a llamar. Besos.... Ah, una pasta por dos              minutos sin decir nada. ¡Un ojo de la cara y parte del otro!                   ¡Redios!
Y vuelve el placentero silencio y te montas en el tren.
        - Burun, burunnnn
        - ¡Teléfono! ¿Sí?
        - Oye, que...
        - Perdona, que estoy en el tren y no puedo levantar la voz.
        - Es que...
        - Dentro de diez minutos. Cuando llegue a la estación.
        -¡Ah!
        - Rin, ring...El receptor no está cerca. Le dejamos reservada la                llamada en el Centro Servidor de Reservas ( o como lechugas se                          llame). Después de dar la señal, cante...
        - ¡Ah!, que bueno, que perdona, que no te he dicho nada. Ya, hay      mucho ruido. ¡Plaf! 
Y otro día uno se pone a llamar en la salida de una estación con una galería comercial y te tienes que meter el auricular en el mismísimo oido porque los altavoces cantores de los almacenes se cuelan por el auri....
        - ¡Que no te oigo!
        - Espera que voy a una cabina ¡Qué dolor de cabeza!
¿Tan ruidosa era esta ciudad? Viene la bestia. Una imponente moza que se mete por los ojos. De esos melocotones en almíbar que cualquier fémino, ¿o se dice hómino? se comería sin rechistar. Pero tiene un defecto, evidentemente no en nombre de la moda, sino en nombre de los trogloditas masculinos. El tacón del zapato va suelto. El alfiler del tacón parece unas castañuelas repiqueteando. Con un sonido agudo que se mete en el cerebro dañándolo irreparablemente.
       ¡Las mato! La belleza muere por el tacón. Y después dicen que no llaman la atención.
        El móvil, que se planteó como una solución de todos los problemas, terminará por convertirse en la más sutil herramienta de atrofiamiento cerebral.

martes, 22 de julio de 2014

El tren‏


     
El Tren

       Antes de salir a la superficie miró el teléfono móvil. Tenía un mensaje: “!Qué calor! ¡Tengo todo el cuerpo lleno de ronchas por el sudor!
¡Quiero tomar cerveza!”
       En los últimos días el calor húmedo, típico de la estación, no dejaba de apretar. En algunos lugares el calor era extremado. Más que el calor habría que decir la humedad. En otros, gracias, o según como se mirase, por desgracia, el frío era lo que imperaba debido a la excesiva potencia de los aparatos de aire acondicionado.
       Todo el mundo era consciente de que había que preserva la Tierra, pero, acomodados en una vida en la que el menor sufrimiento se quitaba a golpe de máquina, nadie estaba por la labor de eliminar el aire acondicionado y seguir pasando aquel bochorno anual. En el fondo de la conciencia un reluciente grano de arroz, de aspecto más que delicioso, hacía babear de gusto las pajarillas del corazón.
       Fue leer el mensaje y el metro subió a la superficie. ¡Rayos y centellas! El andén en que debía bajar estaba más que abarrotado de personas casi perfectamente ordenadas en fila.
       - Ah, era esto el mensaje de los altavoces. En no sé dónde, un accidente. Bueno, y ahora ¿qué leches hacemos?
       Aquel día había tenido que ir a trabajar no se sabe dónde. A un lugar en el extremo más extremo de la llamada civilización.
       Casi tres horas de viaje de ida, porque aquello era un viaje, tres horas de exámenes orales, que si bien no desgastaban físicamente , dejaban los nervios de punta durante unas cuantas horas. A tantas cosas había que atender durante la charla con los examinandos.
       Vuelta hacia atrás, otras dos horas en tren y continuar hasta las nueve de la noche. ¡Y ahora esto!
       Bien contado, se diría que la situación era de fantasía surrealista. Siempre que ocurría aquello las aglomeraciones de personas eran inevitables. Y cuando hay muchas personas, las situaciones, la gama de escenas con posibilidad de ser vistas forman un amplio abanico.                                                                        Ingenuamente, bajó del metro y de dirigió a la línea central, que era la que tenía que llevarle hasta casa. No quiso continuar en el metro siguiente porque al fin y al cabo lo dejaba a medio camino y no era la primera vez. En aquella estación en que tenía que bajar había tenido que esperar minutos y minutos, con el peligro añadido para cualquiera de poder
caerse al andén en cualquier momento.
       Llegó al andén al que se dirigía y diez metros delante de él, rayos y centellas, un tren emprendía el rumbo que el debiera haber tomado. ¡Se le fue por los pelos!
       A esperar tocan, machito.... Y el tren se hizo esperar como esas novias que dilatan la salida de la casa de sus padres antes de dirigirse a la iglesia. Si te quieres casar, a esperar....
       Quince, veinte minutos, y por fin llegó el amado trenecito. Desgraciadamente las imágenes de los trenes borregueros llevando personas al matadero durante la Segunda Guerra Mundial se quedaban tantito así comparadas con la aglomeración de personal que había en el tren delante de sus narices. Eso sí, éste mucho más limpio y acondicionado.
       Para colmo aquel día llevaba el carrito de la compra o de material de trabajo. Le quitaba peso de los hombros, pero en caso de aglomeración era un poco molesto a la altura de los pies. No se veía y cualquiera podía tropezar y.... ¡leches en vinagre!. Pero no había más remedio que continuar.
       Cuando empezó, por necesidad, que no por gusto, a montar en tren, los apretujones, empujones, achuchones y la mala leche, los soportaba como cualquier hijo de vecino. En ese momento, ahora lo veía, la edad, la fortaleza física, se lo permitían. Pero, propenso a la tensión alta como era, desde hacía varios años, el exceso de gente, el calor asfixiante, a pesar de los radiadores trabajando a toda pastilla, le hacían sentir bastante mal.
      Desde la planta del pie izquierdo, subiendo por la parte posterior de la pierna, llegando al hueso que sostiene el tronco, un nervio loco, su demonio familiar le llamaba, estaba en total tirantez. Subía por el flanco izquierdo de la espalda, llegaba al homóplato y, desde ahí conectaba con el cuello y alguna parte del cerebro.
       Unos años antes se había quedado en la antesala del infarto cerebral. No había sido nada, pero le había visto las orejas al lobo.
       Quedarse en el sitio supondría haber llegado a la estación término. Cuando se llega al final hay que bajar del tren. Pero quedarse para bajar en silla de ruedas, no le hacía maldita la gracia.
       El demonio de la tensión hizo acto de presencia. Un par de estaciones más allá terminó bajándose. Era de los que pensaban que siempre era mejor llegar tarde que no llegar. Los héroes de película luchando contra viento y marea no le gustaban demasiado.
       El estómago empezaba a hacer de las suyas. Había que reconocer que si bien en algunos momentos el demonio de la tentación de los kioskos y demás expendedores de comida o bebida era una lata, en ocasiones como aquella eran una bendición de los cielos. Y en ese momento lo fueron. Vaya si lo fueron.
       Compró unas galletitas rellenas de uvas pasas y crema y se las zampó. El gusano de la mala uva quedaría aplacado durante un buen rato.
       Al ni se sabe de tiempo llegó otro tren y pudo subir. Tal vez era la hora, tal vez la prudencia de las féminas, lo cierto es que, en la nube mental del ambiente le pareció ver que la mayoría de los viajeros eran caballeros, aunque eso de caballeros sea más bien una ofensa para los caballos. El vagón olía a alcohol y mala leche.
       - ¡Eh, omae! ¡No empujes, coño!
       Con cara de monstruo troglodita le hubiera gustado patearle los hígados a aquel despojo social en forma de cuba andante. ¡Y estos son los modelos para los jóvenes!
       No era el único. A su alrededor trabalenguas de morapio decían que iban bien puestos. ¡Con el calor que hacía!
       Estuvieron a punto de darle arcadas. Tan a punto que en la siguiente estación se bajó. ¡Ah, el andén, colchón para el descanso de mis maltratados pies!
       Y a esperar de nuevo. Se repitió la acción. Quince, veinte minutos. ¡Qué socorrido es el teléfono móvil en estos casos!
       “Reportando para CNN desde el andén de la estación .....”
       “En el día de hoy a las X horas, en la estación Xx ha ocurrido algo.
       Aún no se sabe muy bien qué ha sido. No se sabe si es que el tren pasó por encima de una cucaracha. Si un borracho de Rioja y shochu   bajó a las vías o si es que un roedor, vulgarmente rata, degustadora    de cables ha roido los de alta tensión que suministran electricidad al    tren. Cuando tengamos más datos se los iremos suministrando en directo desde H estación. Para CNN TV noticias en español,   Periquillo de los Palotes.”
 
       Tiempo de meditación, o de relajación o de observación. En aquella estación había poca gente. Tan poca que casi no había nadie. Era una estación más de bajada que de subida. Pero precisamente por eso se notaba más el nerviosismo en las personas, producido por la inesperada espera. Llegó la serpiente metálica y a subir otra vez. Nuevos achuchones. ¡La jodimos, Macareno! Si en la estación anterior destacaban los señores berrendos en morapio o Jumilla, en el tren al que le tocó subir eran las damas las que destacaban. Tal vez la proporción era pareja al de un día normal, pero destacaban, y mucho....
       En el interim de la espera se habían acumulado algunas, no demasiadas, personas en el andén. Subida, bajada, apretujones, achuchones..., y una polluela con voz de urraca resfriada que no dejaba de hablar.
       En una situación de cierto relax en la que todo el mundo va hablando más o menos en murmullo, no le había producido hasta ahora malestar esa forma de hablar. Pero cuando todo el mundo estaba pasando las de Caín, en un silencio denso, en un silencio en el que se respiraba el deseo de llegar pronto a casa, un papagayo como aquel resultaba desagradable de narices. Decibelios de mala leche se derramaban por las venas. Le hubiera gustado cortarle el cuello a la pollita y haberla echado a la olla. ¡!!!Ah!!!!!
       No eran sólo ellas. Si en ocasiones resultaban desagradables al odio, los pollos pera con voz aflautada que no dejan hablar ni a Dios ni al Diablo y se presentan como constantes víctimas de las artimañas de los jefes, hablando a todo tren, en pleno vagón abarrotado, eran una patada en las espinillas que elevaban el sistema nervioso a la decimocuarta potencia de la mala leche.
       Pero no era aquel el único malestar, inevitable, de un vagón repleto.
Una mano la llevaba agarrando su carrito, intentando, que no consiguiendo,
molestar lo menos posible y la otra se había quedado en el aire. Ni la podía subir, ni la podía bajar.
       ¡Santo cielo!, delante le había tocado una damita bastante descotada. Quería pensar que despechugada, pero no , la pechuga era oronda, cual pomelo en plena sazón. Debería calzar, ¿o debiera decirse tetear?  un brondera, aquella prenda que la bella de Herzegovina metió por los ojos tiempo atrás.
       De haber sido la damita de espigado cuerpo, las protuberancias tal vez le hubieran servido de paraguas contra la luz, bastante molesta por desgracia. Pero no, aunque él no era demasiado alto, la joven era más baja que él por lo que el pecho le quedaba justo delante de los ojos con que los bajara una miaja. Un poco más y la puntita que los niños se meten en la boca hubieran salido a flor de aire.
       ¿Qué hacer? Mirarla a los ojos y poner cara de vino agrio no era agradable. Más que los apretones, las carretas de la moza, recuérdese el refrán, no dejaban de atraer. Bajar la vista produciría rápidamente la sensación de que era un mirón rijoso incontenible. La pregunta era si eso era lo que la ternerita quería. Lo que llevado al extremo le llevaría a un juicio por haber hecho lo que no había hecho.
       Ah, sí,sí,sí. Elevó sus ojos al cielo y se encomendó a María Santísima de la Buena Leche.
       “Madre Mía y Señora Mía: Aparta de mí estos malos pensamientos o       haz que llegue este tren a toda velocidad a la siguiente estación   para poder huir de la tentación y que esta chota salida se vaya lejos    de mi presencia...”  
       María Santísima escuchó sus plegarias. Desde ese día se convirtió en un fervoroso creyente de la Virgen María de la Buena Leche y le pide que lo aparte de los malos pensamientos. Pero la otra cara de la moneda es que tras elevar tanto la mirada en el tren, desde aquel día sufre tortículis aguda. No puede mover bien el cuello....
       En una de las estaciones en que la subida y bajada de personas suele ser violenta, a pesar de la abundancia de borreguería, se podía respirar. Dentro de la situación de exceso se podía decir que se había llegado al estado de lo soportable. Pero hete aquí que las cosas no van siempre conforme a los deseos.
       Un retaco con cara de tener el hígado hecho polvo, se espatarrajó en medio del vagón, abrió su revista deportiva, ni siquiera la redujo a una hoja y dijo:”Arda Troya, que el tren es mío”. Como lo más probable es que fuera de esos tipos que no tienen un lugar en casa porque entre la parienta y las sanguijuelas de los hijos le chupan la vida, en el tren estaba en su casa. Era el dueño absoluto del vagón. Golpeaba, supongamos que sin mala intención, con el balón de la revista a los que tenía delante. Y cuando el tren paró en la siguiente estación , se coló como una rata cuartelera en el agujero que dejara en el pasillo una ballena terrestre. Se apoderó de los agarradores, se agarró como una lapa, siguió con su periódico deportivo. Era como si la vida le fuera en ello. Estuvo a punto de gritarle: “ Hijo de padre desconocido, que no se va a acabar el mundo porque esperes media hora...”
Pero seguro que no, seguro que era accionista de algún club o amante in pectore de alguno de los hermosos efebos de las fotografías. Pero no le gritó. Hubiera sido ponerse a la altura de sus sucios zapatos.
       -Ah, qué respiro. La siguiente es la mía.
Espacio por todos sitios. El recorrido que normalmente se hacía en una hora, pasaba de las dos horas y media. Menos mal que al día siguiente el trabajo estaba a cinco minutos de casa, menos mal que....
       Un caballero, con el periódico bastante reducido, intentó abrirlo. Rozó a otro ¿caballero, camellero, burro o dromedario?
       - ¿Qué haces? Me has rozado....
El hombre del diario se disculpó, miró hacia él y se preguntaron que le ocurriría a aquel energúmeno.
       Evidentemente un tren abarrotado pone a la gente de los nervios.
En la salida de la estación se topó con un conocido.
       - ¿Qué haces aquí? Tú vives más allá , ¿no?
       - Sí, pero me he tenido que bajar del tren. Me voy a tomar una copa.
¡Qué cosa más desagradable! La gente agarrada a su barrote para que no se lo quiten. Le dices a uno algo y es como hablaras con un muerto. A nadie se le ocurre abrir las ventanas, con lo asfixiante que es el aire acondicionado. Además nadie pasa al centro del vagón, se agolpan en las puertas y te espachurran. La gente de este país es cada vez más mal educada.
       El conocido era un personaje en la cultura del país. Le confortaba pensar que él, como foráneo, no era el único que pensaba que el tren de los derrotados era cada vez más una muestra de la pendiente por la que se deslizaba la sociedad.
                                                   9-7-2007

miércoles, 2 de julio de 2014

Literatura y Turismo

 Cuando una obra literaria alcanza la categoría de genial y su autor se ve encumbrado a la fama, no es extraño que el paisaje y el paisanaje de su obra se convierta en mito. En ese momento al lector le suelen entrar deseos de visitar los lugares, inexistentes pero presentes, en los que los personajes de las obras se han movido. Ya me hubiera gustado visitar el Macondo de Cien años de soledad, la Comala de Pedro Páramo, los Andes de Lituma..... Aunque sí he pateado la Mancha de Don Quijote, La Vetusta de Clarín, el Madrid de Galdós y la Península de Izu de Yasunari Kawabata.
                

Las siguientes líneas son un resumen de lo que sentí y ví guiado por la pluma del Nóbel de Literatura japonés después de leer su obra y visitar su paisaje.
                 Es posible que cuando se lea a Kawabata se sienta nostalgia o una ternura pasada de moda, poco de acuerdo con los tiempos que corren. Pero lo que no puede dejar de admirarse es el dominio del lenguaje para traducir la naturaleza. Una naturaleza que está ahí, no hay que salir a buscarla.
                 Kawabata me parece metido en la raíz de la naturaleza, también en la raíz de su pueblo. Una naturaleza que forma parte de la cultura japonesa y que presiente será destruida, arrasada por las nuevas formas de hacer y pensar emanadas de la derrota de la Segunda Guerra Mundial. Esa “derrota” guerrera será la derrota del entorno ya que parece presentir que el pueblo japonés se va a meter por el camino de la depredación de los montes, de los senderos y los va a convertir en asfalto por el que hacer los lugares accesibles a la visita turística rápida y depredadora.
                 Izu, península situada al sur de Tokyo, en la provincia de Shizuoka, está casi en su totalidad formada por valles y montañas, rios y aguas termales. Hoy día es un importante centro turístico interior. Los autocares, coches, motos de potentes cilindradas, cortan del aire tranquilo de la zona con sus ruidos y gases contaminantes. Previamente las montañas han sido horadadas por túneles y ágiles carreteras que controlan las laderas de las mismas con grandes contrafuertes para que no se vengan abajo en caso de terremonto o tifón.
                 Fue por esta península por donde Kawabata vino a situar a los personajes de su novela, recorriendo el camino de la costa, desde Tokyo a Atami, Odawara, Mishima, internándose en el corazón de las montañas, siguiendo los viejos senderos de los ríos, alcanzó Shimoda, abierta a cañonazos por Perry, allá por los años de 1860.
                 Fue en esta vía que hizo un estudiante enclenque y enfermizo donde se desarrolla el drama-melodrama del nacimiento al amor del estudiante y la danzarina.
                 El estudiante recorre junto a la danzarina y su familia el corazón de la península, y la recorren por barrancas y caminos, por montañas y laderas, por la cuenca de los ríos y estrechos senderos, vías normales de acceso a los pueblos, y se detienen en las postas, en los baños públicos, en todos aquellos sitios que pueden permitirse sus pobres ahorros, con la naturaleza de fondo y el corazón por encima de toda mezquindad. Dos corazones jóvenes que han entendido la llamada de la naturaleza dentro de sí, que han sentido algo, aunque no sepan definirlo con palabras.
                 Hoy en día esos caminos están abiertos, modernizados, aunque queda como reliquia la casa en la que Kawabata escribió su novela, el baño donde se sumergió la danzarina, marcada la ruta...., como reliquia para la nostalgia, el recuerdo y el... turismo. ¿O es el turismo el que ha convertido en mito esos lugares que, tal vez, nunca existieron?
                 ¿Será el corazón de las gentes que atraviesa esos caminos tan angelical como el de la bella danzarina? ¿O todo el que pasa estará manchado por la riqueza alcanzada gracias a la depredación de la naturaleza? Al leer a Kawabata, uno
siente que el autor tiene algo de conservador, pero no de conservador al uso político-social, más bien de conservador, en el sentido de protector de aquello que merece la pena conservar y proteger, la naturaleza. Al fin y a la postre no todo conservadurismo es malo, ni todo lo nuevo es necesariamente bueno. Ensuciar con chapapote el mar es fácil, limpiarlo no es lo es tanto .
                 A propósito, me ha parecido escuchar en las noticias que hace poco
se incendió un RYOKAN, hotel típico japonés, en el centro de la península de Izu. ¿Accidente forzado por la sobreexplotación turística, premonición de que el Japón de Yasunari Kawabata ya no existe, que sólo queda en los libros de Historia? Tiempo al tiempo.
                                   
Pd.- El texto anterior fue escrito hace ya tiempo. En los últimos años, entre los libros que pueden servir de guía también turística a pesar de ser novelas, pueden estas las dos magníficas obras de Ildefonso Falcones: La catedral del mar, situada en la Barcelona medieval y La mano de Fátima, del mismo autor, que comienza por Granada, continúa en Córdoba y termina por Sevilla. Se conservan los nombres de las calles medievales y hoy día están escritos los nombres en las esquinas. También podríamos añadir la trilogía de Carlos Ruíz Zafón sobre el siglo XX en Barcelona y La feria de los discretos de Pio Baroja, totalmente localizada en Córdoba.

Me he limitado a obras que yo he leido, sin duda habrá muchas más. 

jueves, 12 de junio de 2014

Toro abrileño

TORO ABRILEÑO, CEREZO EN FLOR
(Intrahistoria de un poema y un calendario)
¿Se puede realmente explicar un poema? ¿Se puede explicar el perfil del agua que corre? En el instante de la composición se pueden pensar muchas cosas. Se piensan muchas cosas, pero cuando alguien nos pide que expliquemos eso que hemos escrito, uno se da cuenta que cada explicación cambia, adquiere matices diferentes, tal vez inconscientes, dependiendo de la persona a la que se lo estás explicando.
Este poemita: TORO ABRILEÑO, CEREZO EN FLOR, es un poema tan simple que no merecería la pena explicarlo si no fuera porque marca toda una vida.

                            Toro abrileño,
                            cerezo en flor.
                            Vida que acaba
                            en un estertor.
                            Sangre derramada,
                            pétalos al viento
                            de tu amor.
                            Toro abrileño,
                            cerezo en flor.
                            Estocada del tiempo
                            para un resplandor.
                            Ojos que miran,
                            alma que siente.
                            Sigue la vida
                            en el corazón.
                         
                           Tokyo 28-10-2000

Este es el poema. El nacimiento, nacimiento directo, viene producido por una llamada de teléfono. La Embajada de España llamó a Tozai Bunka Centre, centro cultural donde tengo mis clases. Su director en ese momento no se encontraba en Japón. Era una llamada urgente. En la Embajada habían recibido un vídeo de la TV. Asahi. Era un programa sobre toros. Un programa de mediados de los años 70 que querían reponer, esta vez en versión TV. Digital.
Si bien el programa en sí no se podía cambiar, sí se le podía añadir algún comentario. Era necesario que fuera un español y que pudiera expresarse con soltura en japonés. Me mandaron una copia del programa en video. Se le añadieron los comentarios...
No voy a entrar a valorar el programa porque sería prolijo y tal vez muy duro para con quien lo hizo y otras instituciones informático periodísticas. No viene al caso. Sólo diré que el programa en sí no me gustó. Añadiré que la relación directa con el poema viene de uno de mis comentarios hacia la cultura japonesa: "En los primeros años de mi estancia en Japón me parecía un absurdo esa cara embobada que ponen algunas personas a la hora de mirar los cerezos en flor en el mes de abril. Absurdo, estúpido, casi de gente a la que le falta un dedo de inteligencia, si se me apura. Pero hete aquí que un día, así, como por asalto a la conciencia, me quedé plantado y pensé: "¡Eso es! ¡Toros!"
¿Toros y cerezo en  flor? No se ve la conexión por ninguna parte. No es de extrañar. No estamos hablando de fotocopias de cosas, no estamos hablando de superposición de objetos. Estamos hablando de sensaciones sacadas a flor de piel, sugeridas por la contemplación reiterada de los cerezos que florecen, se van y vuelven a florecer, y del toro que muere para mostrarnos lo que debe ser el valor ante la vida.
Aquí vendría ahora la explicación del contenido del poema y su derivación hacia calendario , pero antes de eso vamos a pasar a ver otro poema que escribí en su día.
                LA VIDA, LA PLAZA, EL TORO
                                                         Líneas trazadas
                                                         en la roca
                                                         dirigen la vida .
                                                         -Contra ellas-


                Como el toro embiste el burladero,
                en el anillo cruel
                que le atormenta.
                Como el toro pasamos por la vida
                rompiendo lanzas
                con rumbo a nuestra estrella.
                Como el toro, cruel destino,
                desgastados en redondo
                de la plaza.
                Como el toro rompiendo las estacas.
                Como el toro
                rompemos nuestros nervios
                buscando una salida
                al vacio mortal
                que nos envuelve.
                Hoy como ayer
                ayer como mañana,
                buscando siempre el infinito.
                Aglutinando fuerzas que se gastan
                alrededor de la plaza
                mortal ya dibujada.
                Destino que encuentra su final
                donde partió.
                Anillo inconfundible de la vida,
                hastío que se arrastra,
                deseo inacabado
                del futuro que se escapa
                en las manos no vividas.
                Vida que vivimos a raudales
                de miseria
                en la tarde mortal
                de un destino
                ya marcado.
                ¡Compañeros, amigos, hermanos!
                No podemos dejar hundirse el barco,
                no podemos dejar escaparse la vida.
El 11 de enero del 2001 se cumplieron los 19 años de mi estancia en Japón. Este poema, aunque no tiene fecha, es anterior. Puede tener 23 ó 24 años. No importa. Mejor o peor es un poema de juventud. Viéndolo desde la atalaya del tiempo, lo único que ha cambiado son los matices de interpretación, pero en lo esencial sigue siendo válido.
                Como el toro pasamos por la vida
                rompiendo lanzas
                con rumbo a nuestra estrella.
El toro en la plaza de la vida busca su destino, busca su respuesta a la vida, al por qué está allí, pero no huye.
                Como el toro
                rompemos nuestros nervios
                buscando una salida
                al vacío mortal
                que nos envuelve.
El toro sabe que va a morir, como nosotros. Y nosotros también, como el toro, buscamos una salida, una respuesta a este vacío mortal, al sentido de la vida, porque:
                destino que encuentra su final
                donde partió.
El principio, salida del túnel oscuro hacia la luz, es el final, entrada en el túnel oscuro de la muerte.
Más allá de la barrera, más allá del túnel ¿qué hay? Entramos en un tema difícil y delicado. Unos dirán que no hay nada, el vacío, la oscuridad, la Nada. Otros dirán que la Otra vida. Dios o cualquier Ente parecido según cultura y religión.
En un librito escrito en Japón y no publicado, escribo lo siguiente:
                Flor de tu boca
                Instante
                Entre dos eternidades.
Al releer este poemita que estaba en mi mente cuando intentaba explicar el del TORO ABRILEÑO, descubro que el primer verso lo tenía confundido: Yo siempre decía : La vida / instante /entre dos eternidades. En el poema no es la vida, pero sí puede ser una metáfora de la vida: el beso.
Entre vida y vida, entre beso y beso hay dos eternidades. Dos oscuridades, como la del toro antes de nacer a la luz de la plaza, y después de salir muerto de la misma.
¿Y cómo nació el calendario? Una vez terminada la grabación del programa de tv. mediados de octubre, aquella frase sobre los cerezos seguía dando vueltas en mi cabeza. El 28 de octubre, no me pregunten la hora ni el lugar, pero lo cierto es que el poema salió así, de un tirón. Generalmente a esto se le llama inspiración. Sí, porque la explicación viene después. Pero yo me atrevería a llamarle parto. Porque si vemos la conexión con otros , mejores o peores es cosa aparte, escritos mios, se podría decir que es el resultado de una corriente de pensamiento que viene desde antiguo.
Y como por inspiración surgió la idea de pedirle a Majo Yoshimura que hiciera un dibujo que  representara la idea que reflejaba el poema. ¿Fue inspiración o resultado lógico de otro proceso paralelo? Hace unos meses una amiga sufrió un accidente y yo le di un vídeo para que enseñara a su amiga, con la idea de que viendo ese video intentara animarse, y como el toro, intentara luchar hasta el final por su rehabilitación, aunque , como el toro, intuya que el único final no es otro que la muerte. Tiempo después un programa sobre Mari Paz Vega, torera española en NHK impresionó mucho a Majo desde muchos puntos de vista. Unido todo ello a su sentibilidad artística, el parto de la idea de pedirle un cuadro para el texto no era una casualidad.
En mi mente estaban estas pinturas típicas japonesas sobre las que se escribe un poema en caracteres de origen chino, aunque con alfabeto me parecía imposible dar vida al poema con el mismo aire.
Un día Majo se nos presentó en la clase con varios diseños. Todos los componentes de la clase nos quedamos con la boca abierta. Un toro embiste a unos cerezos , parecen tres, que forman casi un círculo, plaza de toros, y del toro brota la sangre que se desparrama con el aire, de los cerezos se desparraman los pétalos que se juntan con ella en la parte baja confundiéndose.
Entre los cerezos, una parte rosada más intensa viene a asegurarnos la existencia del camino hacia la salida. ¿La muerte, el más allá que busca el toro, que buscamos todos? Perfecto. Soló un verdadero artista tiene capacidad de interpretar lo que hay detrás de las palabras, a veces tan volátiles,abstractas. Gracias maja Majo.
En ese mismo instante le lanzo a otro de los compañeros, el Sr. Morita: "Y este señor nos hará un calendario". Como diría un castizo: "Si lo dije en serio, que venga Dios y los vea". Yo sólo puedo asegurar que no pasaba de una broma más o menos simpática, cuya intención no era verdadera. Un calendario, que cuesta diseñarlo, que cuesta un tiempo, un trabado, un dinero. ¡Ni soñarlo!. Pero los sueños, aunque a veces no existan, se hacen realidad.
Ese día quedó todo en risas y bromas, pero al poco ¿dos semanas?, creo recordar, la Sra. Morita dice de pronto: ¡Es posible hacer un calendario! ¡¡¡Quééééé!!!  Todo ello hay que relacionarlo con el trabajo del Sr. Morita. Acción de voluntariado. Cada año se hace un calendario, este año le ha tocado a éste. No cuesta un yen. ¡Que tanta gente pueda leer el poema, ver el cuadro y reflexionar sobre su contenido...! Y nació el calendario. En todos los que contribuyeron directamente o sólo con consejos o comentarios ha quedado la sensación de que es "Nuestro calendario". Y lo es.
El Sr. Morita empezó a repartirlo en enero. Más éxito no se puede pedir, aunque entre las personas que recibían el precioso regalo surgió una voz que dijo: "Si no se traduce el poema al japonés poca gente se va a enterar de lo que dice, y es una pena..." ¡Rediez! ¡Y qué verdad tan enorme! Y las personas que forman el grupo a través del teléfono, e-mail y demás maquinitas lo tradujeron. Yo había traducido de palabra, muy general, dando la idea, pero me parece que la traducción ha quedado perfecta.
Abordemos ahora un intento de comentario al poema y al cuadro.
Toro abrileño, cerezo en flor.
El toro se está preparando, no entremos ahora en cuestiones técnicas que nos llevarían muy lejos, para salir a la plaza y morir. Aunque yo no sé si un toro de cuatro años es joven, habría que saber cuánto tiempo vive un toro normalmente, a primera vista, a primer oido, cuatro años dan la sensación de juventud.
Abrileño, abril, un mes explosivo de vida,de alegría, de luz, de juventud. Todo se abre en abril. Se empiezan abrir las flores, la belleza femenina, las plazas de toros.... y el toro joven se abre, viene de un mundo ideal, la dehesa, quizá el Paraíso de las Ideas Platónicas, a morir en la plaza. ¿Y el cerezo? Si bien el árbol en sí dura mucho tiempo, las flores son cada año las mismas y distintas. Todo un año superando fríos, calores, vientos, para morir en dos semanas. Estertor, vida que acaba en un estertor, vida que acaba en una explosión, en un corte de respiración, en un instante.
                ¿Qué fue tu amor?
                Un suspiro del viento. . .
                Se terminó.
Escribí en un poema, y en otro, ya mencionado:
                Flor de tu boca
                Instante
                Entre dos eternidades.
Abril nos trae a la mente todo lo que empieza, todo lo nuevo, pero cuando nos queremos dar cuenta no ha sido más que un instante, unos fuegos artificiales entre las dos eternidades oscuras del antes y después de la vida. Un soplo. ¿Qué son 80 años de vida en la eternidad del tiempo?
                Sangre derramada,
                pétalos al viento
                de tu amor.
Pétalos al viento de tu amor: El toro, el cerezo, sale, florece, está ahí.
El que observa siente que si el toro, el cerezo, lucha, se entrega, no retrocede, merece todo el respeto, toda la admiración. Han vivido una vida plena. Han dado amor, han bailado al aire del espectador, han entregado su sangre, sus pétalos para el otro. ¿Habría que hablar de pasión? El toro que no es cobarde, el cerezo que se entrega, son dos apasionados, pero dos apasionados no de literatura romántica, dos apasionados en el sentido de Pasión, tal vez cristiano. Son dos sacrificados que no piden nada, pero lo entregan todo.
¿Puede el ser humano aprender algo de ahí? El mártir cristiano, el samurai japonés, el padre de familia, la madre trabajadora que primero cumple con su deber sin exigir ninguna recompensa, todos ellos, como el toro, como el cerezo, derraman la sangre al viento del amor de los que les rodean.
Alguien me dijo una vez: El mundo actual tiene un problema grave. Todos exigen derechos, pero nadie habla de cumplir con sus obligaciones.
                Toro abrileño, cerezo en flor.
El poema, sin pretenderlo, tiene un cierto aire de cante flamenco.
                Estocada del tiempo
                para un resplandor.
El ser humano es un ser para la muerte, o sea, que de morir nadie se libra. Y si hemos de morir, como algo inevitable, darle sentido al tiempo de vida ¿no sería más importante que desesperarse?
Los tiempos actuales, un tanto menguados de fe, no importa que fe, le da importancia a la vida, a la vida física, a la vida material, tienen terror a la  muerte. No tanto a la forma de muerte como a la muerte en sí.
Estocada del tiempo. Como el toro, como el cerezo, la estocada viene, no sabemos cuando, pero viene. Para un resplandor. Este resplandor no es el resplandor de los bienes y glorias y honores materiales y humanos. Es el resplandor del instante de la muerte.
En el mundo hispano siempre fue importante "morir bien".Una muerte bella que suponga en ese instante la superación de todos los dramas personales, de todas las dudas, un vaciarse de sí, para entregarse, evidentemente, a Dios.
En Japón, el samurai invitado al seppuku escribía un poema donde resumía el sentido de su vida. Había que "morir bien" enfrentándose a la Parca con serenidad de ánimo. Es el "Momento de la Verdad" de la traducción japonesa. El momento de la verdad de la vida no es el momento de más honor, sino el del enfrentamiento con la muerte. Pero, claro, hemos desterrado la muerte de la vida ... El toro, el momento de la muerte es el momento de la verdad. El toro debe morir de una estocada, como la flor debe mejor caer de un golpe. Belleza de la muerte. Dos palabras que en estos tiempos parecen contradictorias y además de mal gusto.
                Ojos que miran
                alma que siente.
Quizás habría que decir alma que ve, porque el ojo sólo es el transmisor hacia el alma de lo que hay delante de la persona. El alma "ve", "see" inglés, comprende, siente lo que el ojo mira.
Y aunque esa señora llamada Muerte venga, aunque el cuerpo físico del toro, del pétalo, de la persona haya desaparecido, si esos seres nos han dicho algo, han significado algo para nosotros ¿no siguen viviendo en nuestro corazón? ¿No son la savia, la sangre que nos alimenta , muchas veces más importante que la sangre, que la savia real?
La vida, la plaza, el toro. Hace más de veinte años que el toro forma parte de una de las corrientes de pensamiento que fluyen por mi sangre.No es el toro en sí, es lo que significa culturalmente. De aquel poema que pretendía romper las vías establecidas en la vida para todos, el rito en definitiva de la vida ordenada a la manera más burguesa se ha pasado a éste , que habla no de la vida física que sigue sus cauces casi inamovibles, ni de la vida material, que tiene elementos inamovibles y otros modificables en función de la voluntad, los deseos y una pizca de suerte, sino de un sentido más alto, de un sentido más espiritual, si queremos llamarle así. Una interrogación por el sentido de la vida o tal vez una respuesta a su gran misterio.

                       Tokyo  11-2-2001