RELATOS BREVES
EL PELO
Le acariciaba el cabello como se
acaricia la suave, escurridiza, melocotónica piel de un niño de pocos meses. El
perfume de manzana de su cabeza le embriagaba los sentidos. Se le iba colando
por los poros como el humo, el olor a gasolina, a muerte próxima se acerca a
las aletas de la nariz. Era la melancolía derramándosele por los poros.
Veía su infancia, su volada juventud
robada por los quehaceres. Demasiado ocupado. Era como si ni un momento de
tranquilidad se hubiera adueñado nunca de él. Tal vez era esa
insatisfacción profunda lo que le desazonaba el alma.
Era ese uno de los pocos momentos que
sentía dignos de ser recordados. Era la suavidad de su pelo, de las que
infunden el maravilloso deseo del Amor, de las que infunden ganas de ponerlo
todo en el asador sin exigir absolutamente nada.
Definitivamente, acariciando su pelo, se
sentía feliz.
CALIDO AMANECER
Aupada
sobre la punta de los pies, trataba de coger un libro de la estantería. Su
amado se acercó por detrás, la tomó de la cintura y con un ímpetu como de
viento la alzó a la altura que ella deseaba.
Tomó
el libro en sus manos y, en silencio, como se había desarrollado todo el
instante, ella no se había sorprendido en absoluto, la volvió a depositar en el
suelo, como una pluma, un papel, un suspiro, tierna, suavemente.
Se
volvió hacia él. Lanzó sus brazos al cuello y lo besó con la ternura que un
niño deposita en la mejilla de su madre un beso cariñoso, que una leona lame a
sus cahorros.
Eran
sus ojos un chorro de luz amorosa que provenía de lo más profundo del alma.
Ella
le dio las gracias y él le acarició la barbilla. El le lanzó un beso en un
mohín de niño travieso y se fue hacia el sillón en que preparaba su trabajo
diario.
Ella,
en otro sillón, se sentó, abrió el libro, comenzó a leer y se fundió en amor
con la lectura. El héroe de la novela lo tenía delante de sí. La felicidad le
rebosaba por las costuras del alma.
La
tarde era fría, hacía viento, llovía, pero en la habitación, con la suave
respiración del sentimiento, todo era cálido y tierno.
Despertaron,
se miraron y comprendieron que habían tenido el mismo sueño.
Era
un cálido amanecer para un nuevo día que comenzaba.
FELICIDAD
Iban a dar las doce
de la noche. Finalizaba un día y comenzaba otro. Era una hora mágica y
misteriosa. Una especie de magnetismo afloraba con la hora en la habitación.
Era un renacer, un florecer, hasta tal punto que era en ese momento cuando todo
el cansancio acumulado, que ni siquiera un buen baño había podido hacer
desaparecer, se esfumaba como por ensalmo.
Los ojos bailaban
llenos de alegría, el corazón se aceleraba como si se fuera a producir un
encuentro amoroso. La mente, dormida hasta ese momento, despertaba, ruidosa y
con ganas de hacer algo. Era la hora bruja, la hora de los grandes
acontecimientos, la hora en la que se quisiera uno entregar hasta deshacerse en
amor....
Habían pasado las
doce de la noche y Cenicienta seguía siendo Cenicienta, y el sapo no se había
convertido en Príncipe, ni los malos estaban entre rejas, ni el mundo era
completamente feliz.
Pero no importaba.
Se volvería a repetir la historia hasta que la última se convirtiera en
realidad. El reloj seguía su camino y el sueño empezaba a abrumar los párpados.
Se encontraron uno
frente a otro, hombre y mujer, plenos, hermosos. Se miraron al fondo de los
ojos y alzaron la tristeza que encerraban
desde hacía siglos.
Se fueron despojando
de las veladuras del alma hasta quedarse en pleno corazón enardecido.
Dos fuegos, dos
imanes que se atraen, en silencio, sin palabrería inútil. Fueron enlazándose
como la hiedra al árbol, como la lluvia a la tierra, como el amor al amor.
Al final no era ni
blanco ni negro. Eran dos y eran uno. El resultado para el mundo era el amor
que daba sus frutos.
La aurora empezó a
desperezarse y sonó el asesino de los sueños. No era el grande, era el diminuto
teléfono móvil, despertador, cartera con fotos, agenda y cámara fotográfica.
- ¿Sí?
- Hola, mi amor.
- Hola, mi cielo.
- He soñado contigo.
- Yo también.
- Tú eras moreno
como el café sólo.
- Y tú blanca como
la leche pura.
- Sí, fundidos y
enlazados.
- El aromático sabor
de la mañana frunció nuestra nariz.
- La delicia hecha
paladar.
- El amor hecho
vida.
- ¿Qué tienes que
hacer hoy?
- Amarte por sobre
la vida y la muerte.
- Te espero en las
enredaderas de mi jardín.
- Espérame que voy
de vuelo.
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