EL MÓVIL O EL ASESINATO DEL TÍMPANO.....
Durante mucho tiempo me he negado a usar
teléfono móvil, celular, ketai o como
quiera que se llame en los distintos distritos del mundo mundial.
Hubo un tiempo, la edad de piedra del
artefacto, en el que te lo regalaban. Ahora parece que en algunos lugares
también. Pero, claro, después venía San Pedro con la rebaja. La factura no
bajaba de unos miles de pavos gastados en unas comunicaciones no siempre
útiles. No hacer caso de las dulces palabras que se dicen en lugares poco
iluminados, dice el dicho.
Era curioso, aquellas personas que están
a la última, aquellas personas que sólo ven la última moda como el oxígeno que
da la vida, lo trataban a uno como un troglodita irredento.
- Dáme tu dirección de e-mail.
- No tengo.
- ¿Cómo?
Uno no se siente tacaño, pero no quiere
tirar alegremente ese preciado fruto dineril que tantas horas de sueño ha
costado. Además, el menda no quiere echarle la culpa al Gobierno de turno de la
falta de erario.
Imagino que haber crecido en una tierra
en la que las cigarras se llaman chicharras porque el sol achicharra cuando
ellas cantan, hace que se tenga cierta aversión a las chicharras de la moda.
¿Lo necesito? ¿No? Pues entonces se acabó lo que se daba. ¿Sí? Pues vamos a
pensar precios y calidades. A veces un descalabro económico nacional es bueno
para bajar los humos.
- Tenga usted, es gratuito.
- No lo necesito.
- Pero es que es gratuito.
- ¿Y qué si no lo necesito?
Y te miraban con cara de estar viendo al
ser más extraño existente sobre la superficie de la Tierra.
El tiempo fue imponiendo el aparatito y
los intentos de prohibir su uso en determinados lugares y condiciones.
¡Que si quieres arroz, Catalina! Si Dios
tuviera móvil tampoco haría caso.
Yo no sé si hay una relación de causa efecto entre la expansión del móvil y
la desaparición de ese antidiluviano objeto llamado libro. Lo cierto es que
cada vez se ven menos mamotretos en las manos de los viajeros . Todo, hasta la
compra, cabe en el móvil. Eso sí, no desaparecen los periódicos despelotados
para recreación de la vista de quien no quiere ver curiosidades íntimas en
público. ¡La vida!
Observando bien, se ven aumentar las
Monas Lisas en una proporción que llega a la inundación. Ojos que se centran en
el ¿cuarzo? del aparatito, ojos intrigados, soñolientos, que se conectan con
los labios en una conjunción no se sabe si de felicidad o de locura escondida a
punto de estallar.
Hay actos nerviosos, continuados con las
manos. No se dedica el público a pensar. En un instante sace el aparato. La
pantalla se enciende la tira de veces y después se apaga y se vuelve a meter en
el bolso, en el bolsillo de la chaqueta o en el bolsillo trasero de las
damiselas que, hipócritas ellas, quieren que las miren y las toquen. (Vade
retro Satanás, igualdad de derechos y demás pendejadas de los tiempos)
En fin , la locura nacional. Pero hete
aquí que los tiempos cambian y te pone la vida en un brete. Macho, que si
quieres llamar al trabajo porque al tren se le ha pinchado una rueda, a casa
por si hace falta algo para la cena que la parienta o los crios se han
olvidado, al amigo o a la amiga para saber cuando os podeis ver para el
parloteo, la cerveza o el pitorreo, no se encuentra un teléfono en
chiquicientos kms. a la redonda.
Los tiempos cambian, ¿o te los cambian?
La necesidad se impone y uno acaba sucumbiendo a los dulces encantos de sirena
de un aparatito excepcional que te va a solucionar todo menos que te aumenten
el sueldo o te toque un buen montón en la lotería.
Una sangría más en la economía familiar.
A eso, los finos, le llaman progreso, otros despilfarro capitalino, capitalista
o Dios en vinagre.
Pues eso, móvil al canto con todos los
descuentos, implementos, suplementos, aplementos y demás leñes y leñas habidas
y por haber. Y ahora a aprenderrrrr.
Como, en principio, sólo lo piensa uno
usar para lo más básico... Telefonito, emilito, fotito, carajito...
Y llega el gran descubrimiento. ¿O
habría que decir re--- descubrimiento, de Renacimiento de la ciutatis?
- ¿Diga?
- Hola, hermosa, ¿qué tal?
- ¿Cómo? No te oigo bien, habla más
alto.
- No soy yo, es el Pachinko que se acaba
de abrir.
-¿Qué dices?
- Ah, por fin. Digo que.... ¡Dios! ¡La
moto!
- ¿Qué pasa?
- Nada, una bestia en moto de 500 cc.
chillando a toda pastilla.
- ¿Dónde? Ah, sí, espera. ¿Y ahora?
-¿Dónde estás? Parece una caverna.
-¿Retumba? Como una tumba vacía...
- Bueno, que te vuelvo a llamar.
Besos.... Ah, una pasta por dos minutos sin decir nada. ¡Un ojo de la cara y
parte del otro! ¡Redios!
Y
vuelve el placentero silencio y te montas en el tren.
- ¡Teléfono! ¿Sí?
- Oye, que...
- Perdona, que estoy en el tren y no
puedo levantar la voz.
- Es que...
- Dentro de diez minutos. Cuando llegue
a la estación.
-¡Ah!
- Rin, ring...El receptor no está cerca.
Le dejamos reservada la llamada en el Centro Servidor de Reservas ( o
como lechugas se llame).
Después de dar la señal, cante...
- ¡Ah!, que bueno, que perdona, que no
te he dicho nada. Ya, hay mucho ruido. ¡Plaf!
Y
otro día uno se pone a llamar en la salida de una estación con una galería
comercial y te tienes que meter el auricular en el mismísimo oido porque los
altavoces cantores de los almacenes se cuelan por el auri....
- ¡Que no te oigo!
- Espera que voy a una cabina ¡Qué dolor
de cabeza!
¿Tan
ruidosa era esta ciudad? Viene la bestia. Una imponente moza que se mete por
los ojos. De esos melocotones en almíbar que cualquier fémino, ¿o se dice hómino?
se comería sin rechistar. Pero tiene un defecto, evidentemente no en nombre de
la moda, sino en nombre de los trogloditas masculinos. El tacón del zapato va
suelto. El alfiler del tacón parece unas castañuelas repiqueteando. Con un
sonido agudo que se mete en el cerebro dañándolo irreparablemente.
¡Las mato! La belleza muere por el tacón.
Y después dicen que no llaman la atención.
El móvil, que se planteó como una
solución de todos los problemas, terminará por convertirse en la más sutil
herramienta de atrofiamiento cerebral.
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