DESDE LA OTRA ORILLA *
El día de las niñas una amiga le llamó por
teléfono. Había asistido a la boda de su hermano. Según ella, durante la
ceremonia, durante el ágape lloró, lloró y lloró. Y lo hizo no por la emoción
que suele producir cualquier tipo de boda. Lloró porque los padres no pudieron
asistir a la misma. En última instancia estarían presentes a través de alguna
rendija del cielo, vigilando y alentando a la pareja que se unía en matrimonio.
Cortaron
la conversación telefónica y a él se le despertó en un recodo del alma la
imagen de su padre.
Se
cumplían nueve meses de la desaparición física de su progenitor. Volvía a
recordar todo lo que había ocurrido en el lugar en el que él vivía. Lo que
había sucedido en el de la defunción era sólo una filtración de palabras. Sin
duda habría sido como le habían dicho, detalle más, detalle menos.
El
mes de enero del año en que ocurrieron los hechos había sido extremadamente
frío. Incluso, cosa extrañísima, o al menos él no la recordaba en lo que
llevaba de vida, había nevado. Después le regalaron un dvd en el que se
mostraban unas imágenes del acontecimiento. Fuera el frío la causa o fuera que
ya había llegado la hora, al padre le dio un derrame cerebral. No recordaba el
tipo de derrame que había sido. Tal vez para cuestiones de rehabilitación la
diferencia sea grande, pero cuando al final se produce la defunción...., la
vida no se puede ocultar tras mantos de verborrea científica.
El
hecho es que el padre tuvo que ser llevado al hospital. Pasó un tiempo de rehabilitación
por aquí, rehabilitación por allí. Según todos los testimonios escuchados meses
después, el comportamiento familiar fue impecable. De boca de alguien llegó a
escuchar:”¡Ojalá mi familia se comporte de la misma manera si me ocurriera a
mí!”.
En
una situación en la que no se sabe como va a evolucionar el estado del enfermo,
decidieron no informar al hijo mayor, largo tiempo en tierras lejanas. Lo
hicieron un par de meses después. Fue una decisión acertada. Lo único que se
podía hacer era cuidar al enfermo y esperar. Provocar problemas de
desplazamiento, de visados, de billetes, gastos para aquí, gastos para allá.
Innecesarios.... Cuando le informaron, ya había decidido ir ese verano a ver a
la familia, pero tenía que ser en un tiempo en el que se perjudicara lo menos
posible a la gente que lo rodeaba en el trabajo y en otras relaciones de tipo
amistoso o familiar.
Ciertamente
resultaba duro saber que alguien de la familia se está preparando para el
eterno viaje y no poder despedirse de él. ¿Qué hacer? Desde el principio pensó
que no era la familia quien iba a criticar su no comparecencia en tan críticas
circunstancias. Al menos, cuando los vio, quedó demostrado. ¿Los vecinos y
demás urracas aledañas que siempre hay? ¡Que se vayan al infierno!
Cuando
recibió la noticia quedaban pocos días para empezar el curso académico. Si se
largaba un mes, todas las personas que lo esperaban en sus lugares de estudios
quedarían con el culo al aire.
El
padre siempre había echado pestes de esa plaga de vagos e inútiles que lo único
que hacen es exigir derechos sin cumplir con sus obligaciones ni deberes.
Es
en esos momentos cuando la persona se da cuenta de las buenas influencias que
ha recibido de los demás. Y él tenía muy enraizada la misma idea. No podía ir,
no. No debía ir. Primero era el deber.... Si hubiera ido, su propio padre
hubiera entrado en un doble estado de excitación, la alegría y el enfado. La
alegría por el reencuentro, el enfado por haber dejado las obligaciones cuando
nada se podía hacer. Quizás esa excitación hubiera sido la puntilla final y
hubiera tenido que arrastrar durante la vida que le quedara un extraño
sentimiento de culpabilidad. Iría cuando ya tenía determinado.
Sólo
se podían esperar dos cosas, o que antes de ir todo finalizara, o que el
enfermo pudiera sobrevivir al menos hasta que él llegara. Si ocurría lo
primero, sabía que al menos durante ese verano tendría que descargar en la
medida de lo posible a la familia del cansancio acumulado durante medio año de
cuidados y convalecencia. Si era lo segundo, entonces ya se vería. Tendría que
esperar. Hasta el día de su partida lo único que se podía hacer era comunicarse
por internet, por e-mail o por teléfono con la familia. Como así sucedió.
Degustador
de buen cine, tenía grabada una película inglesa que un par de años antes había
tenido éxito. El pequeño bailarín era la traducción literal del título. El
crío, joven, sin madre, vive con su padre, un hombre bueno, pero rudo,
luchador, minero y apenas instruido. Cuando el crío le dice que quiere ser
bailarín, el padre echa culebras por la boca. Eso es una cosa de niñas. Los
bailarines son unos maricones.
Lugar,
época, circunstancias. La reacción era perfectamente comprensible. Pero el
pequeño bailarín era más tozudo aún que su padre... Un día, cuando éste ve
bailar a su hijo, es el primero que, dando una vuelta de ciento ochenta grados,
se convierte en el mejor valedor del mismo.
Viendo
el fin, lloró, lloró, lloró como una Magdalena. Eran demasiadas coincidencias
entre él, su padre y el tema general de la película. Quizás si hubiera habido
alguien a su lado no hubiera podido llorar.
Eran
sobre las seis de la tarde cuando terminó de ver la película. Terminó el
trabajo y volvió a casa. El teléfono daba la señal de que había un mensaje. Se
dispuso a escuchar, pero sólo había un par de palabras y se cortó. Cosa
extraña, era su hermano. .... ¡El padre! ¿Había muerto? Abrió el ordenador y,
cuando aún no había terminado de estar preparado, volvió a sonar el teléfono.
Efectivamente era su hermano. Por su tono de voz ya sabía lo que iba a decirle.
Al otro lado del teléfono no sabían cómo dar la noticia. La tranquilidad se
había apoderado de su cuerpo. ¿Qué pasa? ¿Ha muerto? Sí. ¿A qué hora ha sido? Y
brotó el llanto. En la otra orilla se sorprendieron. Contó lo que había pasado
esa tarde y cómo coincidían las horas de un lado y de otro... Siguieron
diciéndole que al día siguiente era la incineración, y que ya lo volverían a
llamar para contarle cómo había sido el entierro.
Al
día siguiente...., a la hora de la incineración, a la hora del entierro, él
tenía que hablar de la cultura del olivo. De una cultura que habían sido su
padre y su abuelo quienes se la habían imbuido. ¿Ironías del destino?
¿Casualidad? ¿O es que todo estaba escrito?
Inevitablemente, esa noche durmió
mal. Al día siguiente tenía la charla. En el tren, mientras se desplazaba hacia
el trabajo, escribió un poema, con pocas variantes. Lo tituló “Vareador de estrellas”. Era la imagen que le
quedaba de su padre. Había cumplido su ciclo y justamente era cuando su hijo
tenía que hablar sobre el olivo.
Tierra
que de la Tierra fue.
Cálida
raíz del olivo.
Duro,
resistente
Como
rama milenaria.
Hoy,
A
la hora en que los toros
Se
enfrentan con la vida,
Eres,
otra vez,
Vareador
de estrellas.
Tierra,
olivo, toro. Triada de la tierra que lo vio nacer. Triada de la tierra que lo
vio morir.
En
el trabajo pidió al director del centro que no se fuera muy lejos. Temía que
pudiera cortarse y no llevar a cabo la charla. A un amigo que en esos días
tenía una exposición, le pidió que pintara un dibujo que representara la idea
del poema.
Durante
las tres horas de la charla. Imágenes, poemas, risas, tranquilidad en la
tensión... Todo fue bien y el dibujo perfecto. Su padre había estado presente
en la reunión, dirigiéndolo, era su despedida.
Volvió
a casa y volvió a sonar el teléfono. Le contaron cómo se había desarrollado la
misa y lo que habían decidido.
El
padre quería que sus cenizas fueran esparcidas a los pies de los olivos que lo
habían visto crecer. Fue escuchar eso y el llanto comenzó a fluir. Era la
primera vez que escuchaba ese deseo. Ante la sorpresa de los del otro lado del
teléfono, les contó lo que había pasado. De nuevo la sorpresa. Cuando estaban
pensando en la fecha del esparcimiento de las cenizas del difunto , a una de
las hermanas se le ocurrió que por qué no esperaban al lejano y así asistían
todos al acto. Estuvieron todos de acuerdo y pidieron su parecer a través del
teléfono. En aquel estado, daba igual que el acto se llevara a cabo un día más
tarde o más temprano.....
Todo
lo que había ocurrido era pura coincidencia o es que las conexiones de internet
se prolongaban con los idos, se preguntaba. Sólo quedaba esperar mes y medio
para que, arropado por todos, el Vareador de Estrellas volviera a la tierra, su
tierra.
* El texto está escrito nueve meses después de
que ocurrieran los hechos. Sería la primera parte de la historia, que continua
con “Vareador de Estrellas”, escrita muy pocos días después del esparcimiento
de las cenizas.
VAREADOR
DE ESTRELLAS *
Viendo,
escuchando, comprendiendo
las
cosas sin sentimentalismos,
sin
echarlas en olvido.
Kenji Miyazawa
La reunión se celebró el sábado por la
tarde. Todos los hermanos, todos los cuñados, todos los hijos de unos y otros.
La casa era una algarabía. La
televisión, como en todas las reuniones, estaba alta e impertinente. La
situación no era nueva. Siempre ocurría lo mismo cuando no se quería decir nada
ni escuchar a nadie. Hasta que alguien la apagó.
Aunque con dificultades, se terminó de
fijar el programa para el día siguiente. Quién iría con quién y en qué coche.
Dónde se encontrarían. La gasolinera de no sé dónde, la ruta de no sé cuantos.
Todos los hombres eran expertos viajeros por las rutas adyacentes a la ciudad.
¿Y qué se haría? Aunque no se definió
muy claramente, nadie sabía en realidad lo que había que hacer. Nuevos tiempos
aún no completamente ritualizados. Se pensó hacer un hoyo en la tierra, echar
las cenizas y tal vez hacer alguna lectura.
Había conciencia de que en esos momentos
un “experto” debería decir algunas palabras, pero un experto significaba un
cura, y aunque nadie dijo nada, todo parecía indicar que ninguno estaba por la
labor. Un acto familiar, íntimo y sin intervenciones del poder eclesiástico...
Parecía increible. Por fin el mundo laico iba imponiendo sus formas, aunque en
los días posteriores al fallecimiento se había celebrado una misa.
Y llegó el día. A la hora indicada se
salió de la casa. El visitante, llegado del fin del mundo, no sabía muy bien
por dónde se movía el coche. Tanto había cambiado el mundo de la carretera con
respecto a la imagen que él tenía.
Y se llegó al punto establecido. El
visitante llevaba un cuadro, un cuadro con la imagen que tenía de su padre. Un
toro miraba hacia el olivo y el vareador lo hacía hacia las estrellas. Era sólo
una forma, sobre la que nadie preguntó nada, pero tampoco nadie puso un pero.
El texto mandado por internet y el dibujo en cuestión parecían haber calado en
el ánimo de todos. Era como si hubiera acertado plenamente en el sentir común.
Se perfilaron los coches por la
carretera. Unos se adelantaban a los otros, se guiñaban con los pilotos de
adelantamiento, se guiaban.
El día era radiantemente caluroso. Un
cielo azul y un sol que hacía daño en la piel. Los olivos, verde terroso,
tenían las plantas secas totalmente, pero estaban cargados.
La comitiva llegó al lugar en que se
cumplirían los deseos del difunto. El lugar, la tierra, en la que juventud y
senectud cerraban el círculo. Un hermano del finado llegó y guió a toda la
comitiva hasta el punto exacto en el que se suponía que el ya polvo quería ser
esparcido.
Uno de los hijos, el que se había hecho
cargo de las cenizas, discutía con el tío sobre en qué olivo se esparciría. Al
final preguntó al visitante que cuál olivo le gustaba más.
_ Aquél es muy bonito.
Y se andaron unos metros. Tío y sobrino,
con las manos terrosas del trabajo, empezaron a hoyar la tierra, reseca como la
piel de los propios olivos, reseca como la piel de los campesinos del lugar.
Curtidas manos de trabajador infatigable habían sido también las cenizas que
ahora iban a
encontrarse
consigo mismas. Se estaba cumpliendo la voluntad total y absoluta del difunto.
Terminado el “joyo”, se abrió el tarro,
los finos dirían urna funeraria. Una de las hermanas recogió en un recipiente
una porción de cenizas. Se tapó el hoyo.
El visitante se había convertido sin
buscarlo en maestro de ceremonias. Llamó a la nieta más pequeña para que leyera
un poema. Vergonzosa, puede que también con un punto de temor, se negó pidiendo
a su madre que lo hiciera.
Cálida
raíz del olivo.
Duro,
resistente
Como
rama milenaria.
Hoy,
A la
hora en que los toros
Se
enfrentan con la vida,
Eres,
otra vez,
Vareador
de estrellas.
El segundo poema fue leído por la novia
de uno de los nietos del difunto, la segunda persona más joven entre todos los
presentes.
Toro
abrileño
cerezo
en flor.
Vida
que acaba
en
un estertor.
Sangre
derramada,
pétalos
al viento
de
tu amor.
Toro
abrileño
cerezo
en flor.
Estocada
del tiempo
para
un resplandor.
Ojos
que miran,
alma
que siente.
Sigue
la vida
en
el corazón.
La tercera lectura le correspondió a la
esposa del hijo menor del finado. El poema había sido escrito, tiempo ha, por
un premio nóbel de literatura español. Título, Los dormidos, y hacía alusión,
sin descarnadas crueldades, a los fallecidos por una u otra causa durante la
guerra que empezó a asolar aquellos campos hacía justo setenta años.
¿Qué
voz entre los pájaros de esta noche de ensueño
dulcemente
modula los nombres en el aire?
¡Despertad!
Una luna redonda gime o canta
entre
velos, sin sombra, sin destino, invocándoos.
Un cielo
herido a luces, a hachazos, llueve el oro
sin
estrellas, con sangre, que un torso resbala;
revelador
envío de un destino llamando
a
los dormidos siempre bajo los cielos vívidos.
¡Despertad!
Es el mundo, es su música. ¡Oidla!
La
tierra vuela alerta, embriagada de visos,
de
deseos, desnuda, sin túnica, radiante,
bacante
en los espacios que un seno muestra hermoso,
azulado
de venas, de brillo, de turgencia.
¡Mirad!
¿No veis un muslo deslumbrador que avanza?
¿Un
bulto victorioso, un ropaje estrellado
que
retrasadamente revuela, cruje, azota
los
siderales vientos azules, empapados?
¿No
sentís en la noche un clamor? ¡Ah, dormidos,
sordos
sois a los cánticos! Dulces copas se alzan:
¡Oh
estrellas mías, vino celeste, dadme toda
vuestra
locura, dadme vuestros bordes lucientes!
Mis
labios saben siempre sorberos, mi garganta
se
enciende de sapiencia, mis ojos brillan dulces.
Toda
la noche en mí destellando, ilumina
vuestro
sueño, oh dormidos, oh muertos, oh acabados.
Pero
no, muertamente callados, como lunas
de piedra,
en tierra, sordos permaneceis, sin tumba.
Una
noche de velos, de plumas, de miradas,
vuela
por los espacios llevándoos, insepultos.
Había elegido a aquellas jóvenes, porque
ellas eran la tierra, porque ellas eran el fruto y porque ellas, más tarde o
más temprano, seguirían renovando las raices de los viejos olivos.
El último poema, titulado inhumación, lo
leyó el visitante.
_ Lo compuse esta madrugada. No sé si lo
podré leer.
Hay
quien piensa que es para siempre.
Y yo
les digo:
“Quien
así piensa es que nunca te
tuvo
en su corazón”
Tú,
que fuiste olivo.
Tú,
que fuiste fuego.
Vuelve
a la tierra
con
tu ciclo cumplido.
Todos
estos que aquí te acogemos.
Todos
estos que aquí te abrazamos.
Somos
el fruto de tu amor
y tu
deseo.
Nadie
dirá que es para siempre.
Porque
en cada rincón de nuestros
corazones
nos
habitas.
Es
posible que no mencionemos
tu
nombre.
Es
posible que sólo seas ya
el
abuelo,
como
esos olivos centenarios,
ricos
en frutos,
ricos
en dolor.
Pero
tú sabes que nosotros sabemos.
En
cada uno queda un trozo
de
tu alma,
como
popa hacia el horizonte
que
se adivina en lontananza.
Gracias,
viejo.
Gracias,
abuelo.
Y
que la tierra te sea leve.
23-7-2006
(Córdoba de calor y olivo)
Aunque hasta ese momento se había
mantenido sereno. Un nudo se le subía a la garganta y las lágrimas luchaban por
salir. Sentía el latido de su corazón , la voz entrecortada. Leyendo cada
verso, despacio, dolorosamente llegó al final.
Un sepulcral y repetuoso silencio había
presidido toda la lectura. Era como si todos sintieran en el pecho las palabras
que hubieran querido decir pero que por una razón u otra no habían sabido
expresar. El visitante era el eco de sus corazones.
Cuando se terminó la lectura y el
visitante miró alrededor, más de uno no había podido disimular una lágrima.
El hermano del difunto cerró la
ceremonia con un nervioso “Vámonos”, y todos nos perfilamos hacia los cohes,
hacia la carretera y después hacia la comida subsiguiente. Por primera vez en
muchos años habíamos estado todos juntos y, cosa extraña, unanimemente unidos y
respetuosos.
* El visitante forma
parte de la familia del difunto. Ha preferido presentarse así porque viene de
lejos, lo que literariamente permite un rasgo de objetividad alejada de
sentimentalismos. Otra cuestión son los sentimientos reales de la persona.
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